Así es cómo aprendí a vivir con seis roomies sin volverme loca

Hace unos meses dejé mi hogar para ir tras mis metas personales y laborales, pero esa es otra historia. El punto es que esa decisión me hizo llegar a una nueva ciudad. Como te imaginarás, lo primero que hice fue ver dónde viviría. Sólo te puedo adelantar que me encuentro en una casa que ahora comparto con seis roomies, y así aprendí a vivir con ellas.

Todo empezó…

Al llegar a esta nueva ciudad corrí con suerte, mucha suerte. Mi mejor amiga de la secundaria me ofreció morada durante casi un mes. Sin embargo, sentía que no podía seguir viviendo con ella porque se estaba volviendo mi zona de confort, de la que tenía que salir para hacerle frente a mi nueva aventura. Esto me impulsó a buscar un lugar donde quedarme.

En un abrir y cerrar de ojos

Mi insaciable búsqueda dio frutos: en menos de una semana encontré un lugar que tenía buena pinta. El hallazgo fue más que conveniente porque mi mejor amiga me tenía una sorpresa: se iría a vivir a otra ciudad. Tras acordar una cita con la administradora de mi futura casa, mi amiga y yo fuimos a conocer el lugar. Todo parecía perfecto… Hasta que me dijeron que compartiría casa con seis roomies, además de que había la posibilidad de que llegara otra persona.

Hola, nueva casa

Al día siguiente de la visita, mi mejor amiga y su papá me hicieron el favor de llevarme a mi nueva casa. Para serte honesta, sentí como si mi corazón se hubiera roto. Quizá te suene ridículo, pero me sentía como una niña a la que su madre deja por primera vez en la escuela. Pero lo hecho estaba hecho y tenía que seguir adelante. Al entrar a la casa, sólo encontré a una de las chicas, a quien sólo se me ocurre describir con una palabra: ¡amor! De hecho, así la identificaremos en este texto. El recibimiento de “Amor” fue lleno de amabilidad. La mala noticia es que iría a su casa, como cada fin de semana.

Paciencia activada

La siguiente chica a la que conocí es con la que en un principio compartía cuarto, y a la que nombraremos como “Caos” porque, literal, es así. Ella llegó cuando me estaba instalando, pero no fue amable ni cordial. De hecho, en menos de 10 minutos ya me había colmado la paciencia. En parte, esto se debió a que somos polos opuestos: ella totalmente desordenada y yo ordenada. Pero recuerdo que me dije: “Alicia, inhala y exhala. Estás llegando, no quieres problemas, sé paciente“. Les confieso que esta frase se volvió mi mandala durante el mes que compartí cuarto con “Caos”.

Sola, absolutamente sola

Ese fin de semana “Caos” se fue a visitar a sus conocidos. Entonces me di cuenta de algo: estaba absolutamente sola. Era el primer fin de semana que pasaba sola desde que había llegado a la nueva ciudad. Quise ser fuerte, pero me entró nostalgia porque la administradora de la casa me había dicho que todas las chicas habían ido a visitar a sus familias. Me deprimí porque deseaba ver a mi familia, así que me la pasé llorando. El domingo por la noche regresó “Caos”, lo cual no me dio consuelo. Pero también llego otra chica, a la que le diremos “Alegría”. Como su nombre lo indica, “Alegría” llegó e inundó de felicidad la casa, y me hizo sentir en casa.

Casi todo el ejército regresa

Al empezar la semana, mis otras roomies llegaron a la casa. Finalmente conocía a “Rebeldía” y “Euforia”, quienes son las más pequeñas de la casa. “Rebeldía”, igual que yo, es del sureste de México, así que hicimos clic porque tenemos algunas cosas en común, como las tradiciones y costumbres. Con “Euforia” no hice tanta empatía al principio, pero era amable.

Dos semanas de novedades

Las primeras dos semanas en la casa fueron peculiares. Poco a poco fui conociendo a las chicas, y me di cuenta de que a la persona que me faltaba conocer la tenían como una mamá. Y no es una cuestión de edad, sino porque esta chica es centrada, organizada y madura, así que le diremos “Equilibrio”. A ella la conocí un domingo por la noche y entendí por qué las otras roomies la veían como una mamá: te escucha, te hace sentir segura y en casa.

Desde el extranjero

Cuando estaba a punto de cumplir un mes en la casa llegó desde el extranjero la séptima roomie, quien se instaló en el cuarto donde dormía y que compartía con “Caos”. De inmediato me identifiqué con ella, pero principalmente fue mi mayor apoyo para a atravesar los conflictos con “Caos”. Porque vaya que hubo conflictos con esta última. Era imposible dialogar con ella; de hecho, las pocas pláticas “cordiales” que tuvimos se dieron cuando estaba por irse de la casa.

Un nuevo comienzo

Tras la partida de “Caos”, el ritmo de la casa cambió. En ese entonces me llevaba bien con las chicas, pero aún no había un lazo tan fuerte, como lo tenemos ahora. Éste se construyó porque ellas, creo que sin darse cuenta, me han enseñado muchas cosas: ser paciente, ser paciente y ser paciente. Ok, no sólo eso. También aprendí de ellas a ser tolerante y no juzgar. Cuando vives con tantas personas, pues conoces muchas historias. Algunas de sus anécdotas me sorprendieron, pero simplemente acepté que todos cometemos errores y nadie es nadie para juzgar a alguien. Cuando vives con tantas personas, tu visión y perspectiva de la vida cambian. Porque sí, cuando vives con un grupo de chicas aprendes a ser empática y solidaria. Cuando vives con un grupo de chicas ganas cómplices de aventuras y también experiencias que dejan huella. Cuando vives con un grupo de chicas las charlas se prologan hasta la madrugada y al final “sólo quedan corazones rotos” recordando viejas historias.

Mi segunda familia

En resumen, convivir con roomies puede ser tan fácil o tan difícil como uno lo desee. Todo es cuestión de ser paciente, tolerante, honesta y auténtica. Únicamente de esta manera se forjan amistades y lazos que van más allá de eso. De esta manera gané seis hermanas, de esta manera forme una segunda familia.