Mi novio me engañó y me encontré con la otra en una fiesta…

La otra. La había cachado con mi novio un día en la terraza de un restaurante. Una noche la encontré ebria y vulnerable en una fiesta. Estaba tan borracha, que me la lleve a una habitación vacía y la tendí en la cama. Con la copa en mi mano, me senté en la orilla de la cama a verla. Quería saber la razón de la infidelidad de mi novio…

Era una mujer ordinaria

De unos 21 años, era más chica que yo. Estaba indefensa en la cama y yo tenía ganas de jalarla del cabello y reclamarle por haber puesto sus ojos en lo mío. A mis 27, yo tenía más busto y el cabello más bonito que ella. En mi cabeza los insultos sobraban para esta chica. Acabé el trago y me recosté detrás de ella, la habitación estaba con seguro. En algún momento de la noche, la chica se despertó abruptamente y comenzó a llorar al verme. Sus ojos irradiaban miedo. Yo me senté en la cama y me le quedé mirando, después me recosté y ella hizo lo mismo. No paraba de llorar, así que le sequé las lágrimas con la mano y le hice cariños en el cabello hasta que se quedó dormida. Despertamos abrazadas…

Desperté con la enemiga

Desperté abrazándola, pero ahora mi enemiga me miraba con mucha curiosidad. Sin querer, la había abrazado toda la noche. Cuando mi cabeza regresó a este tierra y ella se recuperaba, me puse los zapatos y salí de ahí lo más rápido que pude. Ella no me dijo nada, se quedó en la orilla de la cama con una enorme cada de confusión. Cuando llegué a casa, mi novio estaba furioso. Apenas entré y la pelea comenzó. Claro que sabía por qué estaba furioso: ninguna de sus dos chicas le habían mandado ni un texto en toda la noche. Sin decirle nada me fui al cuarto mientras él lanzaba la furia de sus palabras contra mí. Cerré la puerta. Estaba demasiado cansada, mi cabeza daba vueltas y nunca se me ocurrió que su amante iba a delatarme. Como a las seis de la tarde mi novio entró furioso al cuarto, me aventó una almohada y comenzó a patear la cama dando de gritos. “¿Qué le hiciste a Daniela? ¿Desde hace cuánto tiempo sabes de mi aventura? ¿Por qué dormiste con Daniela? ¡Contesta c…!”, gritaba como loco.

No le hice nada

Me paré de la cama con lágrimas en el rostro. Él agarró mi mano y me exigió que le dijera que le había hecho a Daniela la noche anterior. Yo no podía contestar, solo sentí como mi corazón se estaba derrumbando. Al final, era ella y no yo la que importaba. Lo miré y le dije: “No le hice nada a tu tonta, aunque ganas no me faltaron”. Me miró y me exigió otra vez: “¡Dime qué le hiciste a Daniela! ¿Por qué no me dijiste que lo sabías?”. Yo solo lo miré, retiré su mano y comencé a sacar mi ropa del cajón y a ponerla dentro de mi maleta del gimnasio. Él aclaró: “Ella no tiene la culpa de nada, fui yo quien cometió el error”. –Así es –respondí–. Se supone que tú tenías que haberme respetado. Ayer tuve ganas de agarrarla por el cabello y de estrellarla contra el muro, por haber acabado con mi relación de cuatro años, pero ¡qué va! No pude ni siquiera agarrarle el cabello porque no soy un animal cómo tú. No vales la pena ni tampoco ella, así que dile que no tiene nada de qué preocuparse porque yo no le he hecho nada. Dile que ya puede venir a la casa a vivir contigo; ya no me vas a ver ni el polvo.

Me fui

Salí de aquella casa con lo único que tenía: algo de ropa, mis zapatos, un viejo espejo que conservaba desde que vivía en casa de mis padres y Michi, mi gata. Salí de esa casa y alquilé una habitación muy barata. Lo único que podía costear en ese momento. La habitación tenía un colchón en el piso y un baño cuestionable. Di el depósito de inmediato y me dejaron entrar a  mi nueva vida. Caí en el colchón después de tirar todo en el piso y colocarle unas sábanas encima. Lloré mucho tiempo hasta quedarme dormida. Cuando desperté tenía muchas llamadas perdidas de mi novio, o de mi ex a decir verdad, y un mensaje de Daniela: “Sé que estás mal, yo también lo estoy, ¿podemos hablar por favor?”. Tiré el celular al otro lado de la habitación sintiéndome la más tonta por no haberle roto la cara a aquella mujer.

Tuve que salir a fuerza: no había comida para Michi

Yo podía quedarme sin comer hasta el próximo verano, pero mi gata no dejaba de verme con su mirada acusadora: “Me vas a matar de hambre”. Camino a la tienda, me preguntaba qué demonios le había visto mi ex a Daniela. Después me pregunté qué le veía yo a él. Había viajado desde otro estado para estar con él. Para ser sincera no era un hombre con grandes atractivos. No se acordaba nunca de comprar la leche, su aliento no era el mejor y a veces ni se bañaba. Compré comida para el gato y algunas comidas instantáneas para mí. Al llegar a casa me bañé, alimenté a Michi, comí algo y me fui a dormir. Al otro día tenía que ir a la universidad y, para colmo, pasar el resto de mi día en la tienda departamental vendiendo labiales a quien se dejara.

Varias llamadas perdidas en mi celular

La loca aquella pasó la tarde enviando mensajes a mi buzón que yo no tenía tiempo ni ganas de escuchar. Estuve todo el día ocupada. Del celular ni me acordé hasta que llegó la noche. Mi turno estaba por terminar a las ocho cuando la vi. Daniela estaba rondando los aparadores de belleza buscándome. Luego, se quedó sentada afuera de la tienda en la que yo trabajaba. Me miraba como un cachorro abandonado en pleno Periférico.

Cuándo salí, me miró y la ignoré. Mi mente me gritaba que saliera de ahí. ¡Estaba tan cansada! No tenía fuerzas para discutir, pero fingí ser fuerte y empecé a caminar. Se emparejó a mi paso y se detuvo frente a mí. Pálida y con ojos llorosos preguntó: “¿Qué pasó esa noche?”.  La ignoré y seguí caminando hasta la parada del bus. Ella siguió insistiendo, así que respiré hondo para no pegarle en la cara. No obstante, la vi tan indefensa, que sentí pena, me remordió la conciencia y le dije: “Te quité los zapatos, te acaricié el cabello y te abracé toda la noche”.

Se puso a llorar en cuanto terminé de hablar y mientras se limpiaba los mocos con su chaqueta volvió a mirarme.

–¿Me abrazaste? ¿A mí? ¿Por qué? Era una mocosa que no tenía ni idea de qué estaba haciendo –reconoció Daniela.

–No lo sé –respondí– no lo sé, pero lo que sí sé es que si no te alejas en este momento puedo no tener compasión y voy a darte unas buenas cachetadas para que te vayas. ¡Anda, vete con él, estará esperándote en casa. Quédate con mi basura, ahora está como siempre quisiste: soltero!

Se puso a llorar

Yo me di la vuelta y comencé a caminar, no iba a esperar al bus ni un segundo más. Sin embargo, ella se me emparejó nuevamente y me susurró con una voz de perro triste: “Nos peleamos y no tengo a dónde ir. Me dijo que todavía te quiere. Yo sabía, pero estoy sola en la ciudad. Cuando lo conocí él me ayudó, me enamoré y ayer me habría ido a vivir con él. Mis papás me echaron de la casa, no tengo dónde ir”.

–Te lo buscaste por tonta. ¿Me estás pidiendo asilo después de lo que hiciste? –pregunté con cara de exasperación–.

–Por favor, solo esta noche; no tengo a donde ir –suplicó Daniela–.

Le di la espalda me fui a casa y ella se quedó sentada ahí en la calle. Llegué a casa, comenzó a llover y la temperatura bajaba. Me sentía enojada y confundida cuando le marqué: “¿Sigues ahí?”. Contestó que sí .

–No te muevas de ahí, voy por ti –advertí–.

Tomé un taxi y fui por ella. Estaba mojada, lloriqueando. Cuando entró al taxi, se aferró a mi brazo, mientras el taxista nos veía con un aire de confusión.

 

Ese fue el principio del fin

Yo estaba tan confundida. ¿Qué carajos hacía ayudándola? Me sentía idiota, humillada, pero aun así no me arrepentí de nada. Se habría quedado a la intemperie y estaba lloviendo. Salió del baño y se acostó. Apenas tocó la almohada y comenzó a llorar. Entonces me miró:

–Mejor me hubieras matado cuando podías –dijo Daniela.

–Todavía lo puedo considerar, así que cállate y duérmete –advertí–. Mañana te largas de mi casa.

–Esa noche tenía mucho miedo, hasta que me abrazaste y me quede dormida. ¿Me abrazas por favor? –pidió con cara asustada.

Pasé mi brazo por debajo de su cabeza que todavía estaba húmeda y la abracé. La acomodé en mi pecho y sin poder evitarlo y sin previo aviso, empecé a llorar en silencio. Ella lo notó casi enseguida y optó por abrazarme más fuerte.

–Perdóname, sé que no merezco nada –reconoció Daniela.

Y así, sin darme la más mínima oportunidad de reaccionar, se acercó despacio y me besó en los labios. Lento, como si la vida le fuera en ello. Y me encontré correspondiéndole. Mi cuerpo estaba caliente igual que el suyo. Hasta había recuperado el color de sus mejillas. No lo pensé ni ella tampoco. De repente, estábamos en la cama haciendo el amor como nunca lo había hecho antes. Sus patéticos ojos no dejaban de verme con tanto cariño. Nos quedamos dormidas y al despertar pensé que era extraño verla en mi cama sabiendo que debería estar con él. Algo pasó esa noche. Me sentía muy conectada a esta chica… a la otra.

A la mañana siguiente no pude dejarla ir. Ella se quedó conmigo y poco a poco la relación se fortaleció. Llevamos tres años juntas. Mi ex novio se enteró poco tiempo después. Ardió en cólera cuando se enteró de los nuestro. Creo que no lo superará nunca…