En más de una ocasión he tratado de seguir una dieta, pero la verdad es que las dietas y yo no nos llevamos para nada. Puede ser cierto que quiera tener un cuerpo escultural, pero si para lograrlo tengo que dejar de comer, la verdad no quiero. La comida y yo somos uno mismo, por así decirlo, así que no puedo andar por la vida con mi tripita chillando de hambre.
Recurrir a cualquier remedio para no caer en la tentación
La primera vez que intenté seguir una dieta hice de todo con tal de lograrla. Escondía bajo llave todos esos manjares que me hacían ojitos cada vez que volteaba a verlos. También llegué a andar por la casa y por la calle con un casco de futbol americano con tal de no comer nada. El casco ayudaba a que pocas cosas entraran a mi boca. Sí, suena bastante extremo, pero hasta a eso recurrí con tal de no andar de comelona. Y nop, no funcionó, como dije, la comida y yo somos uno mismo.
Cerveza, bye
Además de mostrarme exagerada con lo que comía, también llegué a hacerlo con lo que bebía. El pulque, la cerveza, el mezcal y el tequila son grandes amigos míos, no porque sea alcohólica, pero de vez en cuando no está mal que me eche una o dos copitas. Lo malo es que la cerveza, por ejemplo, es muy mala cuando quieres bajar de peso. Con tal de lograr mi objetivo, tuve que decirle adiós a esa delicia. Al principio parecía tener sentido, pero la comida no me sabía igual, la vida no me sabía igual. Así que tuve que decidir cuál era mi prioridad; y en efecto, regresé a la cerveza.
Detectas el olor a comida en todas partes
Creo que durante todo ese tiempo que dejé de comer como Dios manda, mi sentido del olfato se agudizó. Ahora, mi nariz detectaba todos los olores relacionados con la comida. Así fuera lo más sencillo o apenas estuvieran empezando a cocinar, mi nariz ya lo sabía. La verdad fueron meses traumáticos, pues en lugar de que dejara de comer o de pensar en la comida, era lo contrario.
Día uno de gym: ¡perfecto!
Cuando empecé a ir al gimnasio, recuerdo que el primer día iba con toda la motivación del mundo. Al segundo, no quería despertarme y conforme pasaban los días, eran más mis ganas de dormir que de ir a hacer ejercicio para bajar esos kilitos “de más”. La realidad es que nunca estuve pasada de mi peso, más bien yo estaba obsesionada con una figura super esbelta, pero luego me acepté como soy y ya. La comida me encanta y no podría dejar de comerla.
Al final te resignas a ser gorda pero feliz
La verdad es que lo intenté una o dos veces, pero eso de seguir una dieta no es para mí. Como dije, amo la comida y eso me hace feliz. Así que prefiero disfrutar miles de platillos en lugar de tener que estar contando las calorías de cada alimento que me como.